miércoles, 17 de febrero de 2010

Mientras la sombra rie...



Sin moverse de su silla frente al ordenador, el hombre mira de reojo la paradójica exactitud de la hora. la una de la mañana con once minutos, los tres números permanecen fijos en la parte inferior del monitor, se contiene un momento y deja salir una exhalación casi interminable a la que le sigue una rápida captura de aire que aprieta en el paladar, mientras su lengua trata de empujar algo de saliva en la garganta. Los ojos se dilatan y un escozor baja por la espalda mientras trata de girar la cabeza y descubrir la presencia que poco antes ha cruzado la puerta. Tiene como intención desvirtuar sus pensamientos, pero el pánico se trepa por las piernas y no puede más que volver los ojos sobre las letras que brillan en la pantalla. Hay una frase inacabada que ha de terminar la historia que comenzó noches atrás; su cerebro revolotea en incesantes paradojas, la dualidad del sueño que tantas veces ha oído hablar y siempre combate con los argumentos más razonables. La mística de la dualidad espacial y el poder de la palabra. Alguna vez, mientras dictaba clase, oyó de sus estudiantes la historia del desdoblamiento espiritual, le pareció perfecto para iniciar una crónica de antropología. Ahora allí, sus dedos encalambrados crepitan por poner fin a la desesperación del hombre. No puede darse el lujo de las ambigüedades, debe alterar el final que se había propuesto, es evidente que la historia que escribe es su propia historia y en el mundo de los vivos la paradoja del espacio está separada por finísimos hilos que a veces suelen reventarse y permiten el paso de lo insondable de los sueños. No hay tiempo para la razón, siente el avance tras la silla y una palabra surge a su encuentro, pero es demasiado larga y los dedos entumidos no alcanzarían a escribirla, quiere hallar un sinónimo perfecto que encuadre en el espacio su dilema, justo al lado de la pantalla hay un libro que lleva por subtitulo el nombre del autor: Wilhelm Dilthey, le ha leído por su interés en la hermenéutica, sabe el problema de las variaciones semánticas y casi acepta que no podrá evitarlo. De la nada aparece entonces la sencilla solución de tres grafos, la respuesta que somete a los dioses y expone a todas las almas. Desliza con gran esfuerzo sus dedos y finaliza.
Su cuerpo está sudando y en medio del silencio una sonrisa se alcanza a percibir a lo lejos. Ha finalizado, ha vencido.

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